Los colores vibrantes se destacan en el piano de cuarta cola que Quinquela comprara por recomendación del gran director de orquesta Arturo Toscanini; en 1951 el maestro lo decoró -como aún hoy podemos apreciar- como lo haría también con su ataúd, y la pintura le dio una particular sonoridad que, seguramente, no estaba en los planes de sus fabricantes, la empresa Chickering de la ciudad norteamericana de Boston.